Monday, June 1, 2015

Capítulo 12: "La Expiación:...Principios del Evangelio

"La Expiación es necesaria para nuestra salvación".

Jesucristo “…vino al mundo… para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad; para que por medio de él fuesen salvos todos…” (D. y C. 76:41–42).
 Al gran sacrificio que Él hizo con el fin de pagar por nuestros pecados y vencer la muerte se le llama la Expiación, la cual es el acontecimiento más importante que haya tenido lugar en la historia de la humanidad: “Porque es necesario que se realice una expiación; pues según el gran plan del Dios Eterno, debe efectuarse una expiación, o de lo contrario, todo el género humano inevitablemente debe perecer… sí, todos han caído y están perdidos, y, de no ser por la expiación que es necesario que se haga, deben perecer” (Alma 34:9).
La Caída de Adán produjo dos clases de muerte en el mundo: la muerte física y la muerte espiritual. La muerte física es la separación del cuerpo y del espíritu. La muerte espiritual es la separación de Dios. Si la expiación de Jesucristo no hubiera vencido esas dos clases de muerte, las consecuencias hubieran sido las siguientes: nuestro cuerpo y nuestro espíritu habrían quedado separados para siempre y jamás hubiéramos podido volver a vivir con nuestro Padre Celestial (véase2 Nefi 9:7–9).
Sin embargo, nuestro sabio Padre Celestial preparó un maravilloso y misericordioso plan para salvarnos de la muerte física y de la muerte espiritual. Él planeó que un Salvador viniera a la tierra y nos rescatara (redimiera) de nuestros pecados y de la muerte. Debido a nuestros pecados y a las debilidades de nuestro cuerpo mortal, hubiera sido imposible que nos rescatáramos a nosotros mismos (véase Alma 34:10–12). Aquel que fuese nuestro Salvador necesitaría estar libre de pecado y tener poder sobre la muerte.

Jesucristo era el único que podía expiar nuestros pecados


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    ¿Por qué era Jesucristo el único que podía expiar nuestros pecados?        
    Son varias las razones por las cuales Jesucristo era la única persona que podía ser nuestro Salvador. Una de ellas es que nuestro Padre Celestial lo eligió para serlo. Él era el Hijo Unigénito de Dios y por consiguiente tenía poder sobre la muerte. Jesús explicó: “…yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar…” (Juan 10:17–18).
Jesús también reunió los requisitos para ser nuestro Salvador porque es la única persona que ha vivido sobre la tierra que no pecó, lo cual lo hizo digno de sacrificarse para pagar por los pecados de los demás.

Cristo sufrió y murió para expiar nuestros pecados

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    A medida que lea esta sección, imagine que está en el huerto de Getsemaní o junto a la cruz como testigo del sufrimiento de Jesucristo.
El Salvador expió nuestros pecados por medio de Su sufrimiento en Getsemaní y al dar Su vida en la cruz. Es imposible para nosotros comprender plenamente cómo Él sufrió por todos nuestros pecados. En el huerto de Getsemaní, el peso de nuestros pecados le ocasionó tal agonía y dolor que sangró por cada poro (véase D. y C. 19:18–19). Más tarde, colgado de la cruz, Jesús padeció una dolorosa muerte causada por uno de los métodos más crueles que haya conocido el hombre.
¡Cuánto nos ama Jesucristo, que soportó tal agonía física y espiritual por nosotros! ¡Cuán grande es el amor de nuestro Padre Celestial que envió a Su Hijo Unigénito para que sufriera y muriera por el resto de Sus hijos! “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”(Juan 3:16).

La Expiación y la Resurrección proporcionan la resurrección a todo el género humano

Al tercer día de Su crucifixión, Cristo tomó nuevamente Su cuerpo y se convirtió en la primera persona resucitada. Cuando Sus amigos fueron a buscarlo, los ángeles que custodiaban la entrada de la tumba les dijeron: “No está aquí, porque ha resucitado, así como dijo” (Mateo 28:6). Su espíritu había entrado nuevamente a Su cuerpo para no separarse jamás.
De esta manera, Cristo venció la muerte física y, gracias a Su expiación, todo el que nace en esta tierra también resucitará (véase 1 Corintios 15:21–22). De la misma forma en la que Jesús resucitó, nuestro espíritu también se volverá a reunir con nuestro cuerpo, “…de modo que no pueden morir ya más… para no ser separados nunca más…” (Alma 11:45). A ese estado se le llama la inmortalidad. Todas las personas que han vivido sobre la tierra resucitarán, “…tanto viejos como jóvenes, esclavos así como libres, varones así como mujeres, malvados así como justos…” (Alma 11:44).
A los maestros: Póngase un guante y explique que la mano dentro del guante se podría comparar con el espíritu de una persona que está dentro de su cuerpo. Quítese el guante y explique que eso representa la muerte física: el espíritu (representado por la mano) y el cuerpo (representado por el guante) quedan separados. Luego póngase nuevamente el guante y explique que eso representa la resurrección; es decir, que el espíritu y el cuerpo se vuelven a unir.
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    ¿De qué forma le ha ayudado el conocimiento que tiene de la Resurrección?

La Expiación permite que todos los que tengan fe en Cristo sean salvos de sus pecados

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    Piense en la forma que la parábola de esta sección nos ayuda a comprender la Expiación. ¿A quiénes representan las personas de la parábola en nuestra vida?
La expiación del Salvador permite que podamos vencer la muerte espiritual aun cuando todas las personas resucitarán, sólo los que hayan aceptado la Expiación se salvarán de la muerte espiritual (véase Artículos de Fe 1:3).
Aceptamos la expiación de Cristo al depositar nuestra fe en Él. Por medio de esa fe, nos arrepentimos de nuestros pecados, nos bautizamos, recibimos el Espíritu Santo y obedecemos Sus mandamientos. Nos convertimos en fieles discípulos de Jesucristo; somos perdonados, quedamos limpios del pecado y nos preparamos para volver a vivir para siempre con nuestro Padre Celestial.
El Salvador nos dice: “Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan… así como yo” (D. y C. 19:16–17). Cristo hizo la parte que le correspondía para expiar nuestros pecados y, para hacer que Su expiación sea plenamente eficaz en nuestra vida, debemos esforzarnos por obedecerlo y arrepentirnos de nuestros pecados.
El presidente del Consejo de los Doce, Boyd K. Packer, nos dio el siguiente ejemplo con el fin de demostrarnos la forma en que la expiación de Cristo permite que seamos salvos del pecado si hacemos nuestra parte.
(Puede mostrar el video o contar la historia en forma de parábola)

“Quisiera relatarles un cuento en forma de parábola.
“Había una vez un hombre que deseaba mucho adquirir un objeto determinado, que parecía ser más importante que cualquier otra cosa en su vida; para poder adquirirlo, tuvo que endeudarse.
“Se le había advertido que no debía endeudarse de tal forma, y particularmente se le había prevenido acerca de su acreedor. Pero parecía muy importante tener lo que deseaba y, en especial, tenerlo inmediatamente; además, estaba seguro de que podría pagarlo más adelante.
“Firmó entonces un contrato por el cual habría de pagar la deuda dentro de un tiempo específico. No se preocupó mucho acerca del hecho, ya que la fecha del pago parecía ser muy lejana; tuvo lo que deseaba en ese momento, y eso era lo único que le importaba.
“Su acreedor no era más que un vago recuerdo; de vez en cuando, realizó algunos pequeños pagos, pensando que de alguna manera el día del ajuste final jamás había de llegar.
“Pero, como siempre, ese día llegó al cumplirse la fecha establecida en el contrato. La deuda no había sido pagada totalmente y su acreedor apareció y exigió el pago total.
“Solamente entonces comprendió que su acreedor no sólo tenía el poder de quitarle todo lo que poseía, sino también de enviarlo a la prisión.
“‘No puedo pagarle porque no tengo el dinero para hacerlo’, confesó.
“‘Entonces’, dijo el acreedor; ‘haremos que se cumpla el contrato, tomaremos sus posesiones y usted irá a la cárcel. Usted estuvo de acuerdo; fue su decisión. Firmó el contrato y ahora debemos ponerlo en acción’.
“‘¿No podría extenderme el plazo o perdonarme la deuda?’, suplicó el deudor. ‘¿Arreglar alguna forma para que pueda mantener mis propiedades y no ir a la prisión? Seguramente usted cree en la misericordia. ¿No la tendrá conmigo?’
“El acreedor contestó: ‘La misericordia siempre favorece sólo a uno, y en este caso solamente le servirá a usted. Si soy misericordioso quedaré sin mi dinero. Justicia es lo que demando. ¿Cree usted en la justicia?’
“‘Creía en la justicia cuando firmé el contrato’, dijo el deudor. ‘Entonces estaba de mi lado, porque pensé que me protegería. Entonces no necesitaba misericordia, ni pensé que jamás la necesitaría; estaba seguro de que la justicia nos serviría igualmente a ambos’.
“‘Es la justicia que exige que usted pague el contrato o sufra la pena’, respondió el acreedor. ‘Esa es la ley. Usted estuvo de acuerdo y así es como debe ser. La misericordia no puede robar a la justicia’.
“De esa forma, uno demandaba la justicia y el otro rogaba por misericordia. Ninguno podía quedar satisfecho, excepto a costa del otro.
“‘Si usted no perdona la deuda no habrá misericordia’, contestó el deudor.
“‘Pero si lo hago, no habrá justicia’, fue la respuesta.
“Parecía que ambas leyes no se podían cumplir al mismo tiempo. Son dos ideales eternos que parecen contradecirse mutuamente. ¿No hay forma en que se pueda cumplir la justicia al mismo tiempo que la misericordia?
“¡Hay una forma! La ley de la justicia puede ser satisfecha al mismo tiempo que se cumple la de la misericordia; pero se necesita alguien que interceda. Y eso fue lo que sucedió.
“El deudor tenía un amigo que fue a ayudarle. Él conocía muy bien al deudor y sabía que era hombre falto de previsión; sabía que era imprudente haberse metido en ese aprieto; no obstante, quería ayudarlo porque lo amaba. Entonces, intercedió ante el acreedor y le hizo una oferta.
“‘Yo le pagaré la deuda si usted libera al deudor de su compromiso para que pueda mantener sus posesiones y no tenga que ir a la cárcel’.
“Mientras el acreedor meditaba sobre la oferta, el mediador agregó: ‘Usted demandó justicia y, aun cuando él no puede pagarle, lo haré yo. Usted habrá sido justamente tratado y no podrá quejarse, pues no sería justo’.
“El acreedor aceptó la propuesta.
“El mediador le dijo entonces al deudor: ‘Si yo pago tu deuda, ¿me aceptarás como tu acreedor?’
“‘Claro que sí’, exclamó el deudor. ‘Tú me salvas de la prisión y eres misericordioso conmigo’.
“‘Entonces’, dijo el benefactor, ‘tú me pagarás la deuda a mí y yo estableceré las condiciones. No será fácil, pero será posible. Yo proveeré la forma en que puedas hacerlo y no será necesario que vayas a la cárcel’.
“Así fue que el acreedor recibió su dinero. Se le trató justamente sin que hubiera necesidad de romper el contrato.
“El deudor a su vez recibió misericordia. Ambas leyes habían sido cumplidas. Puesto que hubo un mediador, se había cumplido con la justicia, y la misericordia quedó totalmente satisfecha” (véase Liahona, octubre de 1977, págs. 42–43).
Nuestros pecados son nuestras deudas espirituales. Sin Jesucristo, nuestro Salvador y Mediador, todos pagaríamos por nuestros pecados por medio de la muerte espiritual; pero debido a Él, si cumplimos con los términos que nos ha impuesto, que son arrepentirnos y guardar Sus mandamientos, regresaremos a vivir con nuestro Padre Celestial.
Es maravilloso que Cristo nos haya proporcionado la forma de ser sanados de nuestros pecados. Él dijo:
“He aquí, he venido al mundo… para salvar al mundo del pecado.
“Por tanto, al que se arrepintiere y viniere a mí como un niño pequeñito, yo lo recibiré, porque de los tales es el reino de Dios. “He aquí, por éstos he dado mi vida, y la he vuelto a tomar; así pues, arrepentíos y venid a mí, vosotros, extremos de la tierra, y sed salvos” (3 Nefi 9:21–22).
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    Medite en cuanto a la forma en que puede mostrar gratitud por el don de la Expiación.

Pasajes adicionales de las Escrituras

“¿Qué haré para heredar la vida eterna?”...Lección #17 del Nuevo Testamento

              monkey trap 

Actividad para despertar el interés

Elabore una trampa para monos o dibújela en la pizarra (véase la ilustración que se encuentra enseguida). Para hacer la trampa, consiga una caja con tapa. Pegue la tapa con adhesivo de manera que no se pueda quitar, y en un lado de la caja corte un hoyo lo suficientemente grande para meter la mano abierta, pero en el que no quepa el puño cerrado. Coloque dentro de la caja un pedazo de fruta o unas nueces.
Muestre la trampa que elaboró o dibujó; Explique que una trampa similar a ésta se puede usar para atrapar a un mono. La caja se sujeta al suelo y se coloca en ella algo que les guste a los monos (como nueces o fruta). El agujero en la caja es lo suficientemente grande para que el mono meta la mano vacía, pero demasiado pequeño para sacarla si se está aferrando al alimento (si lo desea, puede demostrar esto). El mono ve el alimento y mete la mano para sacarlo, pero una vez que lo toma en la mano, permite que lo atrapen con tal de no soltarlo. No sacrifica ese premio por uno mayor, o sea, la libertad.
A veces cometemos errores similares al del mono. Cuando obtenemos algo que nos satisface, quizás no estemos dispuestos a soltarlo aunque el aferrarnos a él nos haga perder algo mejor. En esta lección hablaremos de algunas cosas que quizás tengamos que sacrificar para recibir la bendición mayor: la vida eterna con nuestro Padre Celestial y Jesucristo.

1. El depositar la confianza en las riquezas puede impedir que una persona entre en el reino de Dios.

Lean y analicen Marcos 10:17–30; 12:41–44.
• ¿Qué le dijo Jesús al joven rico cuando éste le preguntó cómo recibir la vida eterna? (Marcos 10:17–21.) ¿Por qué se puso triste el joven cuando escuchó las instrucciones? (Marcos 10:22.) ¿Por qué piensan que el Señor le pidió que regalara todas sus posesiones? ¿Cómo se aplica a nosotros la instrucción que el Salvador dio al joven rico?
El presidente Joseph F. Smith dijo: “En esto estriba la dificultad… [del] joven. Tenía muchas posesiones, y prefirió confiar en sus riquezas más bien que abandonar todo y seguir a Cristo… Ningún hombre puede obtener el don de vida eterna a menos que esté dispuesto a sacrificar todas las cosas terrenales para obtenerla” (Doctrina del Evangelio, 1978, pág. 255).
• ¿Qué enseñó Jesús en cuanto a la relación entre poseer riquezas y entrar en el reino de Dios? (Marcos 10:23–25.) ¿Cuál es la diferencia que existe entre poseer riquezas y depositar en ellas nuestra confianza? ¿Qué podemos hacer para mantener una actitud correcta hacia las posesiones terrenales? (Mosíah 4:19, 21.)
El presidente Smith también enseñó: “Dios no hace acepción de personas. El rico puede entrar en el reino de los cielos tan libremente como el pobre, si sujeta su corazón e inclinaciones a la ley de Dios y al principio de la verdad; si pone su afecto en Dios, su corazón en la verdad y su alma en el cumplimiento de los propósitos de Dios, y no pone su afición y esperanzas en las cosas del mundo” (Doctrina del Evangelio, pág. 255).
• Establezcan un contraste entre el joven rico y la viuda pobre de Marcos 12:41–44. ¿Qué estaba dispuesta a hacer la viuda que no estaba dispuesto a hacer el joven rico? (Marcos 12:44. Estaba dispuesta a dar todo lo que tenía al reino de Dios.) ¿Qué podemos hacer para desarrollar una actitud como la de la viuda pobre?

2. Busquemos tesoros celestiales en lugar de terrenales.

Lean y analicen Lucas 12:13-21.
• ¿Qué le dijo Jesús al hombre que estaba preocupado por su herencia? (Lucas 12:13–15.) La avaricia es un fuerte deseo de obtener riqueza o las posesiones de otra persona. ¿Qué cosas codician las personas en nuestros días? ¿Por qué es peligroso codiciar?
• En un mundo que a menudo considera muy valiosas las posesiones materiales, ¿qué podemos hacer para recordar que nuestro valor como personas no se determina por la riqueza que acumulemos? (Lucas 12:15.) ¿Qué bendiciones son más importantes que las posesiones materiales? (En Lucas 12:31–34 y en D. y C. 6:7 se encuentran algunos ejemplos.)
• ¿Cómo había sido bendecido el hombre de la parábola del rico insensato? (Lucas 12:16.) ¿Qué decidió hacer con lo que le sobraba? (Lucas 12:18.) ¿Qué demostraron sus hechos? (Lucas 12:19–21. Tenía el corazón puesto en las riquezas.) ¿Qué podía haber hecho con su abundancia si hubiese estado buscando tesoros celestiales en lugar de terrenales? (Mosíah 4:26; D. y C. 52:40.)
• ¿Por qué muchas personas centran su corazón en la riqueza del mundo aun cuando saben que es sólo temporaria? ¿Cómo podemos determinar si estamos demasiado preocupados con las posesiones materiales? ¿Qué podemos hacer para ser más generosos con nuestra riqueza material y otras bendiciones, como nuestro tiempo y talentos? piensen más detenidamente en estas preguntas fuera de la clase, ya sea a solas o con los miembros de su familia.

3. Para ser verdaderos discípulos, los seguidores de Cristo deben estar dispuestos a abandonarlo todo.

Lean y analicen los versículos de Lucas 14:15–33 que usted haya seleccionado.
• Dando una interpretación de la parábola de la gran cena, el élder James E. Talmage enseñó que los convidados representan al pueblo del convenio, o sea, la casa de Israel. Cuando el siervo (Jesús) les pidió que vinieran a la cena (que aceptaran el Evangelio), dieron excusas y no vinieron (Jesús el Cristo, 1964, pág. 477). ¿Por qué no vinieron a la cena los israelitas? ¿Quiénes son “los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos” que sí vinieron a la cena? (Lucas 14:21).
• La parábola de la gran cena se puede aplicar a nosotros cuando damos excusas para no alimentarnos en la mesa del Señor; por ejemplo, cuando no leemos las Escrituras o no asistimos al templo. ¿Cómo podemos demostrar que aceptamos la invitación del Señor de asistir a la cena?
• Jesús enseñó que Sus discípulos tienen que estar dispuestos a sacrificar cualquier cosa que Él les pida (Lucas 14:26–33). ¿Cuáles son algunas cosas que se pidió a los discípulos de aquellos días que sacrificaran? ¿Cuáles son algunas que se pide que sacrifiquen los discípulos de nuestros días? ¿Qué les ha pedido el Señor a ustedes que sacrifiquen? ¿De qué manera han sido bendecidos por hacer esos sacrificios?

4. Busquemos la riqueza espiritual con entusiasmo y energía.


El élder James E. Talmage explicó que el Señor se valió de esta parábola para “…mostrar el contraste entre el cuidado, consideración y devoción de los hombres que se ocupan en los asuntos económicos de la tierra, y los esfuerzos desganados de muchos que declaran estar buscando las riquezas espirituales”. El Señor no estaba sugiriendo que siguiéramos las prácticas inicuas del siervo injusto, sino que buscáramos la riqueza espiritual con el mismo afán y esfuerzo que el siervo demostró al buscar la riqueza material.
El élder Talmage continuó: “Los hombres de pensamientos mundanos no se olvidan de providenciar para sus años futuros, y frecuentemente los hallamos impíamente ansiosos de acumular bienes en abundancia; por otra parte, los ‘hijos de luz’, o sea aquellos que creen que las riquezas espirituales son superiores a todas las posesiones terrenales, son menos enérgicos, prudentes o sagaces” (Jesús el Cristo, pág. 488).
• Comparen en silencio la cantidad de tiempo, de pensamiento y de energía que dedican a la acumulación de dinero y posesiones con la cantidad que dedican a buscar tesoros espirituales. ¿Cómo podemos volvernos más dedicados y entusiastas para buscar tesoros espirituales?

Conclusión

A fin de recibir la vida eterna, debemos estar dispuestos a dejar de lado las cosas del mundo y servir al Señor con todo el corazón, alma, mente y fuerza. seamos agradecidos por las bendiciones terrenales y  esforzemonos por verlas en la perspectiva correcta.

Sugerencias adicionales para la enseñanza

El siguiente material complementa las sugerencias para el desarrollo de la lección. Si lo desea, utilice uno o más de estos conceptos como parte de la lección.

1. La humildad.

Lean y analicen Lucas 14:7–11.
• ¿De qué manera han visto que es verdad la declaración de Jesús en Lucas 14:11?

2. El verdadero amor.

• ¿Qué podemos aprender de Lucas 14:12–14 acerca de la manera de servir a los demás? (Entre las respuestas se podría mencionar que no debemos servir con la meta de recibir algo a cambio, y que no debemos limitarnos a dar servicio a las personas que nos puedan pagar o agradecer.) ¿Cuál debe ser nuestra motivación al servir?
• ¿Cómo nos ayuda el verdadero amor a acercarnos más al Señor?

3. La parábola del rico y Lázaro.

Pida a los miembros de la clase que lean y analicen la parábola contenida en Lucas 16:19–31.
• Después de morir el hombre rico, ¿qué le pidió al Padre Abraham que hiciera por sus hermanos? (Véase Lucas 16:27–28.) ¿Cómo respondió Abraham? (Véase Lucas 16:29–31.) ¿Qué nos enseña esto acerca de escuchar al profeta?
• ¿Qué nos enseña esta parábola acerca de la importancia de velar por los pobres? (Véase D. y C. 104:18.)
A los jóvenes tal vez les agrade hacer una dramatización de esta parábola. Coloque a dos miembros de la clase (representando a Abraham y a Lázaro) de un lado de una barrera, como una fila de sillas (la gran sima), y a otro miembro de la clase (el hombre rico) del otro lado. Pida a un cuarto alumno que sea el narrador. Pida a los miembros de la clase que lean sus líneas directamente de Lucas 16:19–31, y al narrador que lea todo lo que no diga directamente uno de los personajes. (Consulte La enseñanza: el llamamiento más importante, págs. 156–157.)