El significado del sacrificio
El sacrificio es dar al Señor todo lo que Él requiera de nosotros, nuestro tiempo, nuestros bienes terrenales o nuestras energías para llevar a cabo Su obra. El Señor dio el siguiente mandamiento: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…” (Mateo 6:33). La disposición que tengamos a sacrificarnos es una indicación de nuestra devoción hacia Dios. A la gente siempre se le ha probado para saber si ponen las cosas de Dios en primer lugar.
La ley del sacrificio se practicaba en la antigüedad
Desde la época de Adán y Eva hasta los tiempos de Jesucristo, los del pueblo del Señor practicaban la ley del sacrificio. Se les mandó ofrecer las primicias de los rebaños como sacrificios; esos animales tenían que ser perfectos, sin una sola mancha. La ordenanza se dio para recordar a la gente que Jesucristo, el Primogénito del Padre, vendría al mundo, sería perfecto en todo sentido y se ofrecería a Sí mismo como sacrificio por nuestros pecados. (Véase Moisés 5:5–8).
Jesús vino y se ofreció a Sí mismo como sacrificio, tal como se le había enseñado al pueblo que Él lo haría. Debido a Su sacrificio, todo el género humano se salvará de la muerte física por medio de la Resurrección y todos podrán salvarse de sus pecados mediante la fe en Jesucristo (véase el capítulo 12 de este libro).
El sacrificio expiatorio de Cristo marcó el final de los sacrificios por derramamiento de sangre; esos sacrificios externos se reemplazaron por la ordenanza de la Santa Cena. La ordenanza de la Santa Cena se ha dado con el fin de que recordemos el gran sacrificio del Salvador. Por consiguiente, debemos participar con frecuencia de la Santa Cena, ya que los emblemas del pan y del agua nos recuerdan el cuerpo del Salvador y Su sangre, que Él derramó por nosotros.
Debemos continuar ofreciendo sacrificios
Aun cuando han finalizado los sacrificios por derramamiento de sangre, el Señor todavía nos pide que hagamos sacrificios, sólo que ahora nos pide otro tipo de ofrenda. Él dijo: “Y vosotros ya no me ofreceréis más el derramamiento de sangre… y vuestros holocaustos cesarán… Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito…” (3 Nefi 9:19–20). “Un corazón quebrando y un espíritu contrito” significa que debemos sentir un profundo pesar por nuestros pecados al humillarnos y arrepentirnos de ellos.
Debemos estar dispuestos a sacrificar todo lo que poseemos para el Señor
El apóstol Pablo escribió que debemos llegar a ser sacrificios vivientes, santos y agradables a Dios (véase Romanos 12:1).
Si hemos de ser sacrificios vivientes, debemos estar dispuestos a dar todo lo que poseemos a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a edificar el reino de Dios en la tierra y a trabajar para establecer Sión (véase 1 Nefi 13:37).
Un joven rico le preguntó al Señor: “…¿qué haré para heredar la vida eterna?”, y Jesús le contestó: “Los mandamientos sabes: No cometerás adulterio; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre”. A lo que el joven rico le dijo: “…Todas estas cosas he guardado desde mi juventud”. Cuando Jesús oyó eso, le dijo: “…Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”. Cuando el joven escuchó eso se puso muy triste, ya que era muy rico y tenía puesto su corazón en sus riquezas. (Lucas 18:18–23)
Este joven rico era un buen hombre; sin embargo, cuando fue puesto a prueba, no estuvo dispuesto a sacrificar sus posesiones terrenales. Por otro lado, los discípulos del Señor, Pedro y Andrés, estuvieron dispuestos a sacrificarlo todo en beneficio del reino de Dios. Cuando Jesús les dijo: “…Venid en pos de mí… Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron” (Mateo 4:19–20).
Al igual que los discípulos, podemos ofrecer nuestras actividades diarias como sacrificio al Señor. Podemos decir: “Hágase Tu voluntad”. Abraham hizo eso; él vivió en la tierra antes de la época de Cristo, en los días en que se requerían los sacrificios y los holocaustos. El Señor, poniendo a prueba la fe de Abraham, le mandó ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio. Isaac era el único hijo de Abraham y Sara, y el mandato de ofrecerlo en sacrificio fue sumamente doloroso para Abraham.
Sin embargo, él e Isaac emprendieron un largo viaje hasta el monte Moriah, en donde se llevaría a cabo el sacrificio; viajaron durante tres días. Imagine los pensamientos y el profundo pesar que embargaron a Abraham al saber que su hijo sería sacrificado al Señor. Cuando llegaron al monte Moriah, Isaac cargó la leña y Abraham el fuego y el cuchillo hasta el sitio en el que levantarían el altar. Isaac dijo: “…Padre mío… He aquí el fuego y la leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?” Y Abraham le contestó: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”. Entonces Abraham construyó un altar y arregló la leña sobre él; después ató a Isaac y lo puso en el altar encima de la leña y, finalmente, tomó el cuchillo para matar a Isaac. En ese momento, un ángel del Señor lo detuvo diciendo: “¡Abraham!… No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, porque ya sé que temes a Dios, pues no me rehusaste a tu hijo, tu único”. (Véase Génesis 22:1–14).
Abraham debe haber sentido un gozo indescriptible al ver que ya no se le pedía que sacrificara a su hijo; pero en verdad, amaba tanto al Señor que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que el Señor le pidiera.
El sacrificio nos prepara para vivir en la presencia de Dios
Sólo por medio del sacrificio llegaremos a ser dignos de vivir en la presencia de Dios; y sólo mediante el sacrificio disfrutaremos de la vida eterna. Muchas personas que han vivido antes que nosotros han sacrificado todo lo que tenían, y nosotros tenemos que estar dispuestos a hacer lo mismo si queremos alcanzar la recompensa que ellos gozan.
Quizás no se nos pida que lo sacrifiquemos todo, pero al igual que Abraham, debemos estar dispuestos a sacrificarlo todo para llegar a ser dignos de vivir en la presencia del Señor.
El pueblo del Señor siempre ha hecho grandes sacrificios de diferentes maneras; unos han tenido que sufrir dificultades y el ridículo por causa del Evangelio, algunos nuevos conversos de la Iglesia han sido rechazados por sus familias; hay también aquellos cuyos amigos los han dejado de lado; y aquellos que han perdido el trabajo por haberse unido a la Iglesia; también existen quienes han perdido la vida. Pero el Señor, conociendo nuestros sacrificios, nos promete: “Y todo el que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos o tierras, por mi nombre recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mateo 19:29).
A medida que aumente nuestro testimonio del Evangelio, estaremos dispuestos a hacer sacrificios cada vez mayores por el Señor. Reflexione sobre los sacrificios relatados en los siguientes ejemplos verídicos:
En Alemania, un miembro de la Iglesia guardó su diezmo durante años hasta que pudo entregárselo a alguien que poseía la autoridad del sacerdocio.
Una maestra visitante de la Sociedad de Socorro prestó servicio por 30 años sin faltar en sus asignaciones ni una sola vez.
Un grupo de miembros de la Iglesia de África del Sur viajaron de pie durante tres días con el fin de escuchar y ver al profeta del Señor.
Durante una conferencia de área en México, miembros de la Iglesia durmieron en el suelo y ayunaron durante los días que duró la conferencia; habían utilizado todo el dinero que poseían para llegar al lugar donde se realizaba la conferencia y no les había quedado absolutamente nada para comida ni albergue.
Una familia vendió su automóvil para conseguir el dinero con el que ellos deseaban contribuir al fondo de construcción del templo.
Otra familia vendió su casa para obtener dinero para ir al templo.
Muchos fieles Santos de los Últimos Días tienen muy poco para vivir; no obstante, pagan su diezmo y ofrendas.
Un hermano prefirió perder su trabajo antes que trabajar los domingos.
Los jóvenes de una rama, con gran disposición y buena voluntad, se ofrecieron para cuidar a los niños mientras sus padres edificaban el centro de reuniones.
Jóvenes de ambos sexos dejan pasar o posponen excelentes oportunidades de trabajo, de estudios o de deportes para prestar servicio como misioneros.
Se podrían dar muchos ejemplos más de personas que se sacrifican por el Señor. Sin embargo, una morada en el reino de nuestro Padre Celestial vale cualquier sacrificio que tengamos que hacer con nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestra energía, nuestro dinero y aún con nuestra propia vida. Por medio del sacrificio, podemos obtener el conocimiento de que el Señor nos acepta (véase D. y C. 97:8).
Analicemos las siguientes escrituras:
Analicemos las siguientes escrituras:
- Lucas 12:16–34 (donde está el tesoro, ahí está el corazón).
- Lucas 9:57–62 (el sacrificio prepara a las personas para el reino).
- D. y C. 64:23; 97:12 (el tiempo presente es una época de sacrificio).
- D. y C. 98:13–15 (quienes pierden la vida por causa del Señor, la hallarán otra vez).
- Alma 24 (el pueblo de Ammón prefirió sacrificar sus vidas en vez de quebrantar el juramento que habían hecho al Señor).
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