Al estudiar las palabras de los profetas y apóstoles con espíritu de oración, ¿qué piensa que fortalecerá la fe de los jóvenes a los que enseña?
Jacob 7:11-12; Mosíah 13:33–35; 15:11–12 (Todos los profetas testifican de Jesucristo)
D. y C. 27:12; 107:23 (Los apóstoles son testigos especiales de Jesucristo)
D. y C. 76:22–24 (El testimonio de José Smith acerca de Jesucristo)
Guía para el Estudio de las Escrituras, “Apóstol”
APÓSTOL
En griego, el vocablo apóstol significa “el que es enviado”. Fue el título que Jesús dio a los Doce a quienes eligió y ordenó para ser los discípulos y ayudantes más allegados a Él durante su ministerio en la tierra (Lucas 6:13; Juan 15:16). Los mandó para que lo representaran y ministraran por Él después de su ascensión a los cielos. Tanto en la antigüedad como en el Quórum de los Doce Apóstoles de la Iglesia restaurada en la actualidad, un apóstol es un testigo especial de Jesucristo en todo el mundo para dar testimonio de su divinidad y su resurrección de entre los muertos (Hech. 1:22; DyC 107:23).
- La iglesia de Cristo está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, Efe. 2:20;4:11.
- Lehi y Nefi vieron a los Doce Apóstoles que seguían a Jesús, 1 Ne. 1:10; 11:34.
- Los apóstoles juzgarán a la casa de Israel, Morm. 3:18.
- Los que no presten atención a las palabras de los profetas y apóstoles serán desarraigados,DyC 1:14 (3 Ne. 12:1).
- Se revelaron el llamamiento y la misión de los Doce, DyC 18:26–36.
- José Smith fue ordenado apóstol, DyC 20:2; 21:1.
- Los apóstoles son testigos especiales del nombre de Cristo y poseen las llaves del ministerio,DyC 27:12 (DyC 112:30–32).
- Los Doce Apóstoles constituyen un quórum igual en autoridad que la Primera Presidencia,DyC 107:23–24.
- Los Doce son un Sumo Consejo Presidente Viajante, DyC 107:33.
- Los apóstoles poseen las llaves de la obra misional, DyC 107:35.
- Se describen algunos de los deberes de los apóstoles, DyC 107:58.
- Digo a todos los Doce: venid en pos de mí y apacentad mis ovejas, DyC 112:14–15.
- Creemos en los apóstoles, Artículo de FÉ # 6.
- De entre sus discípulos, Jesús escogió a Doce Apóstoles, Lucas 6:13–16.
- Matías fue escogido para ser apóstol, Hech. 1:21–26.
- A Oliver Cowdery y a David Whitmer se les mandó buscar a los Doce, DyC 18:37–39.
- La Expiación
Mi mensaje está dirigido a aquellos de entre nosotros que están sufriendo, que tienen que cargar con la culpa, la debilidad, el fracaso, el dolor y la desesperación.
En 1971 se me asignaron conferencias de estaca en Samoa Occidental, incluso la organización de una estaca nueva en la isla Upolu. Después de las entrevistas alquilamos una avioneta para ir a la isla Savai’i para una conferencia de estaca. La avioneta aterrizó en un campo verde en Faala y debía regresar a la tarde siguiente para llevarnos a la isla Upolu.
El día que debíamos regresar de Savai’i llovió. Sabiendo que la avioneta no podía aterrizar en un campo mojado, manejamos hasta el extremo oeste de la isla donde había una pista rudimentaria encima de una franja de coral. Esperamos hasta el anochecer, pero la avioneta no llegó. Finalmente, supimos por radio que había una tormenta y que la avioneta no podía despegar. Avisamos que iríamos por bote. Alguien nos recibiría en Mulifanua.
Al salir del puerto de Savai’i, el capitán del bote de 12 metros preguntó al presidente de misión si tenía una linterna. Afortunadamente él tenía una y se la regaló al capitán. Cruzamos los 21 kilómetros hasta la isla Upolu sobre un mar muy picado. Ninguno sabía que una feroz tormenta tropical había azotado la isla y nos dirigíamos directamente hacia ella.
Llegamos al puerto de Mulifanua; allí había un paso angosto junto al arrecife que debíamos atravesar. Una luz en el cerro arriba de la playa y una segunda luz más abajo marcaban el estrecho paso. Cuando se maniobraba el bote de tal modo que las dos luces quedaban una encima de la otra, el bote quedaba en la posición correcta para pasar entre las peligrosas rocas que bordeaban el paso.
Pero esa noche había una sola luz. En el embarcadero nos esperaban dos élderes, pero habíamos tardado mucho más de lo normal. Tras esperar horas buscando señales de nuestro bote, los élderes se cansaron y se durmieron, y se olvidaron de prender la segunda luz, la luz de abajo; por consiguiente, no quedaba claro el paso a través del arrecife.
El capitán maniobró el bote lo mejor que pudo hacia la luz de arriba en la costa mientras un tripulante sostenía la linterna prestada sobre la proa, buscando las rocas por delante. Oíamos las grandes olas que rompían en el arrecife. Cuando nos acercamos lo suficiente para verlas con la linterna, el capitán gritó que fuéramos en reversa para volver a buscar el paso.
Tras muchos intentos, se dio cuenta de que sería imposible encontrar el paso. Lo único que podíamos hacer era tratar de llegar al puerto de Apia a 64 kilómetros de distancia. Nos sentíamos indefensos ante el feroz poder de los elementos. No recuerdo haber estado antes en un lugar tan oscuro.
A pesar de que la máquina iba a toda marcha, la primera hora no avanzamos nada. El bote apenas lograba subir una gran ola y luego hacía una pausa, exhausto en la cima de ésta con las hélices fuera del agua. La vibración de las hélices sacudía tanto el bote que casi lo desintegraba antes de bajar resbalando por el otro lado.
Estábamos acostados con los brazos y las piernas extendidos sobre la cubierta de la bodega de carga, aferrándonos con las manos de un lado y haciendo presión con los dedos de los pies sobre el otro para evitar caer al mar. El hermano Mark Littleford se soltó y cayó contra la baja borda de hierro; se cortó la cabeza, pero la baranda impidió que cayera al mar.
Finalmente avanzamos y, ya casi al amanecer, arribamos al puerto de Apia. El muelle estaba atascado de barcos amarrados unos a otros para protegerlos. Caminamos sobre ellos a gatas, tratando de no molestar a los que dormían en la cubierta. Nos dirigimos a Pesega, secamos nuestra ropa y nos encaminamos a Vailuutai para organizar la nueva estaca.
No supe quién nos había estado esperando en la playa de Mulifanua; no quise que me informaran. Pero es verdad que sin esa luz de abajo, todos podíamos haber muerto.
En el himnario hay un himno muy antiguo que se canta muy poco y que tiene significado especial para mí.
Brillan rayos de clemencia
del gran faro del Señor,
y Sus atalayas somos,
alumbrando con amor.
Reflejemos los destellos
por las olas de la mar;
al errante marinero
ayudemos a salvar.
Tenebrosa es la noche,
rugen olas de furor,
y con ansia todos buscan
ese faro protector.
Hoy me dirijo a los que pueden estar perdidos y están buscando esa luz de abajo para que los guíe de regreso.
Desde el principio, entendimos que en la vida mortal no seríamos perfectos. No se esperaba que viviéramos sin transgredir una u otra ley.
“Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor”2.
De la Perla de Gran Precio aprendemos que “ninguna cosa inmunda puede morar [en el reino de Dios]”3, por lo que se brindó un medio para que todos los que pequen se arrepientan y una vez más sean dignos de la presencia de nuestro Padre Celestial.
Se escogió a un Mediador, a un Redentor, uno que viviría Su vida perfectamente, no cometería ningún pecado y se ofrecería “a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer las demandas de la ley, por todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer las demandas de la ley”4.
Respecto a la importancia de la Expiación, en Alma aprendemos: “Porque es necesario que se realice una expiación… o de lo contrario, todo el género humano inevitablemente debe perecer”5.
Si no han cometido ningún error, no necesitan la Expiación. Si han cometido errores, y todos los hemos cometido, ya sean pequeños o graves, entonces tienen una gran necesidad de averiguar cómo se pueden borrar para que ustedes ya no estén en la oscuridad.
“[Jesucristo] es la luz y la vida del mundo”6. Al fijar nuestra mirada en Sus enseñanzas, seremos guiados al puerto de la seguridad espiritual.
El tercer Artículo de Fe declara: “Creemos que por la Expiación de Cristo, todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”7.
El presidente Joseph F. Smith enseñó: “Los hombres no pueden perdonarse sus propios pecados; no pueden limpiarse de las consecuencias de sus pecados. Pueden dejar de pecar y pueden actuar rectamente en el futuro, y a tal punto [que] sus hechos sean aceptables ante el Señor, [llegan a ser] dignos de consideración. Pero, ¿quién reparará los agravios que se hayan ocasionado a sí mismos y a otras personas, los cuales parece imposible que ellos mismos reparen? Mediante la expiación de Jesucristo serán lavados los pecados de aquel que se arrepienta, y aunque fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana [véase Isaías 1:18]. Ésa es la promesa que se les ha hecho”8.
No sabemos exactamente cómo llevó a cabo el Señor la Expiación. Pero sí sabemos que la cruel tortura de la Crucifixión fue sólo una parte del terrible dolor que comenzó en Getsemaní —aquel sagrado lugar de sufrimiento— y que se completó en el Gólgota.
Lucas registra:
“Y él se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró,
“diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
“Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.
“Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían a tierra”9.
Hasta donde yo sé, hay un solo relato en las palabras del Salvador mismo que describe lo que Él sufrió en el jardín de Getsemaní. En la revelación se registra:
“Porque he aquí, yo, Dios, he padecido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;
“mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo;
“padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro”10.
En el transcurso de su vida, quizás hayan ido a lugares donde nunca debieron ir y hecho cosas que nunca debieron hacer. Si se apartan del pecado, un día podrán conocer la paz que se recibe al seguir el sendero del arrepentimiento completo.
No importa cuáles hayan sido nuestras transgresiones ni cuánto hayamos lastimado a otras personas, toda esa culpa se puede eliminar. Para mí, quizás la frase más hermosa de todas las Escrituras es cuando el Señor dijo: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”11.
Ésa es la promesa del evangelio de Jesucristo y de la Expiación: tomar a quienquiera que venga, a quienquiera que se una, y hacerlo pasar por una experiencia tal que al finalizar su vida pueda atravesar el velo habiéndose arrepentido de sus pecados y habiendo quedado limpio mediante la sangre de Cristo12.
Eso es lo que hacen los Santos de los Últimos Días por el mundo; ésa es la Luz que ofrecemos a los que están en la oscuridad y han perdido el camino. A dondequiera que vayan nuestros miembros y misioneros, nuestro mensaje es uno de fe y de esperanza en el Salvador Jesucristo.
El presidente Joseph Fielding Smith, que fue un buen amigo mío, escribió la letra del himno “¿Es muy larga la jornada?”, que da ánimo y una promesa a los que tratan de seguir las enseñanzas del Salvador:
¿Es muy larga la jornada
y la vía abrupta y empinada?
¿Hay arbustos y espinas,
y filosas piedras que los pies te lastiman
mientras luchas cuesta arriba,
bajo el calor del día?
¿Desfallece el corazón,
y se fatiga el alma
cuando llevas esa carga?
¿Te parece muy pesado
lo que tienes que vivir?
¿Puedes esa carga compartir?
Que tu corazón no desfallezca,
la jornada ha comenzado;
ahí está Aquél que aún te llama.
Míralo feliz, está allí arriba
y tómalo de la mano;
te llevará a alturas que desconocías.
He allí la tierra santa y pura,
donde sin aflicciones ni dudas,
de todo pecado libre serás,
lágrimas no derramarás,
ni tristezas habrá.
Toma Su mano para con Él entrar13.
En el nombre de Jesucristo. Amén.
Gracias a la Expiación de Jesucristo podemos ser limpios otra vez y regresar a la presencia del Padre pero todo esto será posible si ponemos nuestra FÉ en Jesucristo: Actividad para despertar el interes:
Coloque en un plato sal. Esta sal somos todos nosotros cuando venimos a la tierra, blancos y puros. A medida que transitamos el camino de la vida, cometemos algunos errores.Vierta pimienta negra molida sobre la sal. Nada impuro puede entrar en la presencia de Dios, por lo que Nuestro Padre Celestial ideó un plan con Jesucristo cómo nuestro Salvador. Pase una cuchara de plástico por sobre la sal. La pimienta se pegará a la cuchara. Gracias a su Expiación, si nos arrepentimos, podemos ser limpiados otra vez.
Gracias a la Expiación de Jesucristo podemos ser limpios otra vez y regresar a la presencia del Padre pero todo esto será posible si ponemos nuestra FÉ en Jesucristo: Actividad para despertar el interes:
Coloque en un plato sal. Esta sal somos todos nosotros cuando venimos a la tierra, blancos y puros. A medida que transitamos el camino de la vida, cometemos algunos errores.Vierta pimienta negra molida sobre la sal. Nada impuro puede entrar en la presencia de Dios, por lo que Nuestro Padre Celestial ideó un plan con Jesucristo cómo nuestro Salvador. Pase una cuchara de plástico por sobre la sal. La pimienta se pegará a la cuchara. Gracias a su Expiación, si nos arrepentimos, podemos ser limpiados otra vez.
Es la mañana de Pascua, ese día santo designado en todo el cristianismo para conmemorar la victoria de Jesucristo sobre la muerte. Su resurrección rompió lo que hasta ese punto habían sido las rígidas cadenas de la muerte. Él abrió el sendero por medio del cual cada uno de los hijos del Padre Celestial que nace en la tierra tuviera la oportunidad de levantarse de la muerte y vivir otra vez.
Cuánto debe haberse regocijado nuestro Padre Celestial ese día sagrado, cuando Su Hijo, totalmente obediente y completamente digno, destrozó las cadenas de la muerte. ¿Qué propósito eterno habría tenido el plan de felicidad de nuestro Padre si no hubiese cobrado vida mediante la Expiación eterna e infinita de Su obediente y glorioso Hijo? ¿Qué propósito eterno hubiera tenido la Creación de la tierra, donde las inteligencias revestidas de espíritu recibirían un cuerpo, si la muerte fuese el fin de la existencia y nadie resucitara? Qué momento glorioso fue el de esa mañana para todos los que entendieron su significado.
La Pascua es esa época sagrada en la que el corazón de cada cristiano devoto se vuelve en humilde gratitud hacia nuestro amado Salvador. Es una época que debería llevar paz y gozo a todos los que lo aman y lo demuestran al obedecer Sus mandamientos. La Pascua trae pensamientos de Jesús, de Su vida, de Su Expiación, de Su resurrección, de Su amor. Él se ha levantado de los muertos “con [sanidad] en sus alas” (Malaquías 4:2; 3 Nefi 25:2). Ah, cuánto necesitamos todos esa sanidad que el Redentor puede proporcionar. El mío es un mensaje de esperanza basado en los principios comprendidos en las enseñanzas del Maestro de maestros, Jesucristo.
Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días entienden más plenamente el alcance de la sanidad que proporciona Su Expiación porque tenemos la plenitud de Su doctrina. Nos damos cuenta de que lo que Él ha hecho voluntariamente con sufrimiento y sacrificio inmensos nos afectará no sólo en esta vida, sino a lo largo de toda la eternidad.
En esta Pascua, cuando recuerdes la Resurrección y el precio que se pagó y la dádiva que se dio mediante la Expiación, medita en lo que las Escrituras enseñan sobre esos acontecimientos sagrados. Tu testimonio personal de esa realidad se fortalecerá. Ésos deben ser más que principios que memorices, deben entretejerse en cada fibra de tu ser como un poderoso baluarte contra la creciente marea de la abominación que infecta nuestro mundo.
El profeta Lehi declaró una profunda verdad cuando dijo: “Por tanto, la redención viene en el Santo Mesías y por medio de él, porque él es lleno de gracia y de verdad. He aquí, él se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer las demandas de la ley, por todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer las demandas de la ley” (2 Nefi 2:6–7). Esa Escritura indica que para los orgullosos y los altaneros es como si nunca se hubiera efectuado una Expiación.
Jesucristo vive; Él es nuestro Salvador, nuestro Redentor. Él es un ser glorioso, resucitado; tiene la capacidad de comunicar un amor que es tan poderoso, tan conmovedor que sobrepasa la capacidad de la lengua humana para expresarlo en forma adecuada. Él dio Su vida para romper las ligaduras de la muerte. Su Expiación hizo que se activara plenamente el plan de felicidad de Su Padre Celestial.
Jesús administra el balance que existe entre la justicia y la misericordia, lo que está condicionado por nuestra obediencia a Su evangelio. Él es la luz para toda la humanidad. Él es la fuente de toda verdad. Él cumple con todas Sus promesas. Todos los que obedecen Sus mandamientos obtendrán las bendiciones más gloriosas que se pueda imaginar.
Sin la Expiación, el plan de felicidad del Padre Celestial no podría haberse llevado a efecto en su plenitud. La Expiación da toda oportunidad de superar las consecuencias de errores cometidos en la vida. Cuando obedecemos una ley, recibimos una bendición. Cuando quebrantamos una ley, no hay nada que haya sobrado de la obediencia anterior que satisfaga las demandas de la justicia por dicha ley quebrantada. La expiación del Salvador nos permite arrepentirnos de cualquier desobediencia y así evitar la pena que la justicia nos hubiera impuesto.
Mi reverencia y gratitud para con la Expiación del Santo de Israel, el Príncipe de Paz y nuestro Redentor, continúan expandiéndose a medida que me esfuerzo por entender más acerca de la Expiación. Me doy cuenta de que ninguna mente mortal puede concebir adecuadamente, ni puede lengua humana expresar con propiedad, el significado total de todo lo que Jesucristo ha hecho por los hijos de nuestro Padre Celestial mediante Su Expiación. Aún así, es vital que cada uno de nosotros aprenda lo que pueda acerca de ella. La Expiación es ese ingrediente esencial del plan de felicidad de nuestro Padre Celestial sin el cual ese plan no se podría haber activado. Tu entendimiento de la Expiación y la perspectiva que ésta te proporcione realzarán grandemente el uso productivo de todo el conocimiento, la experiencia y las aptitudes que adquieras en tu vida mortal.
Pienso que sería instructivo tratar de imaginar lo que la Expiación requirió tanto del Padre como de Su obediente Hijo. Tres de los desafíos que afrontó el Salvador fueron:
Primero, un enorme sentido de responsabilidad, puesto que Él comprendía que si ésta no se llevaba a cabo perfectamente ninguno de los hijos de Su Padre Celestial podría regresar a Él. Serían desterrados para siempre de Su presencia dado que no habría forma de arrepentirse de leyes quebrantadas y porque ninguna cosa impura puede existir en la presencia de Dios. El plan de Su Padre habría fracasado y cada hijo espiritual habría estado bajo el control y el tormento eternos de Satanás.
Segundo, en Su mente y corazón absolutamente puros, Él tuvo que sentir personalmente las consecuencias de todo lo que la humanidad afrontaría, incluso los pecados más depravados e infames.
Tercero, Él tenía que soportar los despiadados ataques de las hordas de Satanás mientras se encontraba presionado al límite física y emocionalmente. Entonces, por razones que no conocemos plenamente, mientras se encontraba en el extremo de Su capacidad, en el momento en que el Salvador más necesitaba socorro, Su Padre permitió que Él cargara la onerosa responsabilidad sólo con Su propia fortaleza y capacidad.
Trato de imaginar qué momento de intenso dolor debe haber sido para nuestro Padre Celestial cuando el Salvador clamó desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Marcos 15:34). Yo no creo que el Padre Celestial haya abandonado a Su Hijo en la cruz. Sí creo que la exclamación surgió cuando el Hijo sintió que le faltaba el apoyo sustentador que siempre había gozado de Su Padre. Su Padre sabía que el Salvador debía llevar a cabo la Expiación total y completamente por Sí solo, sin apoyo externo. El Padre no abandonó a Su Hijo. Él hizo posible que Su Hijo perfecto ganara los frutos eternos de la Expiación.
Ninguno de nosotros podrá apreciar jamás adecuadamente en la vida mortal la plenitud de las consecuencias beneficiosas de la Expiación.
Existe la necesidad imperativa de que cada uno de nosotros fortalezca su entendimiento sobre el significado de la expiación de Jesucristo para que llegue a ser un fundamento inquebrantable sobre el cual edificar nuestras vidas. A medida que el mundo llegue a ser más carente de normas fundamentales, y el honor, la virtud y la pureza se dejen cada vez más a un lado para ir en pos de apetitos, nuestro entendimiento de la expiación de Jesucristo y nuestra fe en ella proporcionarán la fortaleza y la capacidad necesarias para tener una vida de éxito. Ello también traerá confianza en épocas de prueba y paz en momentos de confusión.
Con gran energía, te animo a establecer un plan de estudio personal para entender y apreciar mejor las incomparables, eternas e infinitas consecuencias del cumplimiento perfecto del llamamiento divinamente designado de Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor. La meditación personal profunda de las Escrituras, acompañada de la oración inquisitiva y sincera, fortificará tu entendimiento y tu agradecimiento por Su Expiación invalorable. Otro medio poderoso para aprender de Jesucristo y Su Expiación es mediante la asistencia constante al templo.
Que cada uno de nosotros renueve su determinación de enseñar principios verdaderos dentro de la santidad de nuestros hogares. Al hacer eso, proporcionaremos la oportunidad más grande de felicidad a los espíritus que se hayan confiado a nuestro cuidado. Utilicen la Iglesia como una herramienta de rectitud para fortalecer el hogar, pero reconozcan que, como padres, tenemos la responsabilidad y el privilegio primordiales de ser guiados por el Señor en la crianza de los hijos espirituales que Él nos ha confiado a nuestro cuidado.
La importancia vital de enseñar la verdad en el hogar es fundamental. La Iglesia es importante, pero es en el hogar donde los padres proporcionan el entendimiento y la dirección requeridos para los hijos. Se ha dicho con toda justicia que los llamamientos más importantes por tiempo y eternidad son los de padre y madre. Con el tiempo, se nos relevará de toda otra asignación, pero nunca de la que tenemos como padre o madre.
Cuando medites, no sólo cuando leas, sino cuando medites y reflexiones en los pasajes de las Escrituras, el poder del Espíritu Santo destilará verdades en tu mente y tu corazón como un fundamento seguro en estos tiempos de incertidumbre en los que vivimos. Como padre o madre, prepara a tus hijos para los desafíos que ellos encontrarán. Enséñales la verdad, anímalos a vivirla y ellos estarán bien, sin importar cuán fuerte sea sacudido el mundo.
En esta Pascua, toma la resolución de hacer que el Señor Jesucristo sea el centro de tu hogar. Asegúrate de que cada decisión que tomes, ya sea de naturaleza espiritual o física, sea guiada por el pensamiento: “¿Qué desearía el Señor Jesucristo que yo hiciera?”. Cuando el Salvador es el centro de tu hogar, éste se llena de paz y serenidad; hay un espíritu de segura calma que domina el hogar y la sienten tanto los niños como los adultos.
La mejor manera de realizar un cambio permanente para bien es hacer que Jesucristo sea tu modelo y que Sus enseñanzas sean tu guía para la vida.
Si has sido desobediente a Sus mandamientos y te sientes indigno, reconoce que fue por eso que el Señor Jesucristo dio Su vida. Mediante Su expiación, Él ha abierto para siempre la oportunidad de vencer esos errores, de arrepentirnos de decisiones impropias y de conquistar los efectos negativos de una vida contraria a Sus enseñanzas.
El Salvador nos ama a cada uno de nosotros y hará posible que se satisfaga toda necesidad nuestra al hacernos merecedores, mediante la obediencia, de todas las bendiciones que Él quiere que tengamos en esta tierra. Yo lo amo y lo adoro. Como Su siervo autorizado, testifico solemnemente con todas las facultades de mi ser que Él vive, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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